lunes, 30 de diciembre de 2019

Memorias sobre mi abuela Luisa Elena

(Sobre el título: A mi abuela solo la llamábamos abuela Luisa, de hecho a ella no le gustaba su 2do nombre, pero Luisa Elena suena más poético)

Mi abuela no era la más cariñosa cuando era niño. De hecho, ya yo estando viejo la oí decir "no me traigan niños (bisnietos) que yo no se que decirles". Uno sabía que ella lo quería a uno pero ella no sabía como demostrarlo, no era muy interactiva con uno, solo para pedir favores y regañar, alguno de esos regaños fueron merecidos por andar jugando con un perro que fácilmente hubiese podido matarme o por andar encaramado en algún árbol o techo. La veía con cara muy seria siempre.

Fue cuando yo tenía como 14 años que aprendí a quererla. Comenzamos a interactuar de manera diferente. Yo ya entendía los chistes, la repugnancia, la ironía, las antipatías, aprendí a darle vuelta a los regaños (que no eran regaños fuertes sino más bien llamadas de atención) y responderle con alguna frase graciosa o exagerada para hacerla reír. Y esa relación aumentó con el tiempo. Mi abuela fue mi vecina puerta con puerta desde que yo nací hasta que tuve 20 años, ahí se mudó con nosotros en un anexo en el patio de mi casa. Por lo que por otros 8 años fue mi "roommate".

Cuando yo tenía como 15, la abuela, de 82 años, se cayó y se fracturó la clavícula. A ella le daba miedo bajar escaleras, y alguien que tenía que estar con ella cuando se fuera a dormir, a mi mamá se le ocurrió la brillante idea de que yo y mi hermana (9 años mayor que yo) podíamos ayudarla. Y lo de brillante idea no lo digo irónicamente, lo digo en serio. Esas semanas que pasamos viendo novelas brasileñas de Televen nos creó un lazo especial, como el lazo que creó ella con mis primos que se quedaban a dormir en su casa luego de que el abuelo murió, unos 13 años antes de que yo lo hiciera. Al abuelo Franz, que falleció cuando yo tenía 2, siento que sé casi todo de él por los cuentos que la abuela me decía.

La abuela Luisa se cayó otras veces más, unas de ellas le fracturaron el fémur, al principio caminaba con andadera o agarrada, generalmente de mí, luego iba en silla de rueda, generalmente empujada por mí. Yo era su conductor favorito, confiaba más en mí que en mis tíos o mi papá. Cuando la abuela ya estaba el silla de rueda y no podía bajar el escalón para la cocina, yo le llevaba el almuerzo a su mesa. Si se lo llevaba tarde me decía "hoy no hay propina para el mesonero" a lo que yo respondía, "entonces no hay postre".

Yo tuve la fortuna de ser el último nieto consentido de la abuela, somos 14 nietos, 12 varones 2 hembras. Yo soy de la última camada, el 3ero más joven, y por muchos años el único nieto que vivía en la misma ciudad que la abuela, y de ñapa la tenía en mi casa. Realmente cualquiera de mis primos que estuviera en mi posición hubiese sido el consentido de la abuela, porque ellos hubiesen hecho mismo que yo hacía, ayudarla y hacerla reír. Su risa es de los mejores sonidos en este mundo. Ya de viejo, la abuela me hizo todos los cariños que de niño no me dió, y menos mal, porque ahora los recuerdo y los valoro más.

Una vez no me acuerdo que repugnancia le dije yo y mis tías me miraron feo y me dijeron que no le hablara así a la abuela, que respetara. Yo les dije que yo solo me defendía de todo lo que la abuela me decía a mí. La abuela se limitó a reírse. Ella decía que sabía si yo estaba de buen o de mal humor cuando se metía conmigo, si yo le respondía los chistes era que estaba de buen humor, si la no le decía nada era que estaba teniendo un mal día. Aún sus 90 años mi abuela era muy inteligente.

En el primer trabajo tuve me tocaba viajar por toda Venezuela, cada 2 semanas me salía un viaje. Cada vez que llegaba, lo primero que tenía que hacer era visitarla, si se enteraba que yo había llegado de un viaje, así fuera de 2 días y no iba a su cuarto ese mismo día, se molestaba y me decía "muchacho quiera a su abuela". Cada vez que me iba de viaje me pedía dulce de higo, ella decía que el de carreteta sabía mejor que el que hacían en Barquisimeto. Un par de veces le llevé, aunque 1 vez le dio diarrea.

Sacarla de la casa era bastante difícil, no le gustaba, solo para ir a misa y a veces. Una vez mi esposa me convenció de llevarla a misa, mis papás estaban de viaje y nos estabamos quedando en la casa, en parte para acompañar a la abuela. Me acuerdo que esa tarde era la final de copa América 2016, Chile vs Argentina, parecía que Messi por fin iba a ganar algo con la selección. Yo medio refunfuñé porque no me quería perder la final, pero menos mal le hice caso a mi esposa y la llevamos en su silla de rueda. Yo estaba tan emocionado con ver a mi abuela fuera la casa, y llevarla a comulgar en su silla de rueda que no importó llegar tarde a ver la final.

Cuando ya me había mudado de Barquisimeto, en un almuerzo familiar en algún fin de semana largo que regresé a visitar a mis papás, me dijo, como siempre me decía, que no agarrara el queso rayado con las manos. Esa era una eterna lucha entre ella y yo. Yo por supuesto mientras mas me lo decía, más agarraba el queso con la mano. Esa vez me dijo que cuando ella se muriera me iba a halar las patas, le dije que ahora iba a tener que agarrar autobús para irme a halar las patas en Valencia. Ambos nos reímos. Esa no fue la primera ni la última vez que me amenazó con halarme las patas cuando ella muriera. Generalmente a esas amenazas le respondía con un "cuando me las hale le voy a pedir la bendición".

Me acuerdo de sus últimas caricias, no sé si esa fue la última vez que la toqué o que la ví, pero si me acuerdo que fue la última vez que nos hicimos cariños mutuamente. Esa vez me enfoqué en sentir la textura de sus manos, su olor, su mirada. Nos tomaron muchas fotos en ese encuentro. Yo presentía que esa sería la última vez que eso ocurriría. De eso 2 años y medios ya. No volví a verla desde que me fuí de Venezuela. Mi abuela murió hoy, y espero que me hale las patas, para poder pedirle la bendición una última vez.